El teatro como todo arte se vale de un instrumento para poder manifestarse y expresarse. Así como el músico dispone de un violín, un piano o una guitarra, el pintor de los colores, la paleta y el pincel, el instrumento del actor es su cuerpo, su mente y su mundo emocional. Esta diferencia de herramienta plantea una posibilidad distinta de aplicación del teatro en algunos terrenos que no son los meramente artísticos, sobre todo lo pedagógico.
El teatro nos pone en contacto con nuestro mundo interno, las emociones, los afectos, las creencias que se plasman y se expresan en el acto creativo. Es en ese hecho donde la vivencia del accionar creativo nos transforma y nos impulsa a apropiarnos del mundo y manifestarnos en él como creadores permanentes.
Si bien el fin último del teatro como herramienta pedagógica no es el desarrollo artístico, ni la actuación, el trabajo desde esta área nos permite acercarnos al proceso de búsqueda y experimentación y extraer de él aprendizajes para la vida cotidiana.
Podríamos decir entonces, que el hecho creador es una manera de vivir que se traduce en el ser y hacer y no un resultado artístico reservado para los profesionales de la escena.
El teatro permite desarrollar habilidades y cultivar potencialidades como son:
Transformar fronteras.
El artista en su proceso creativo se enfrenta a sus propios límites, dados por sus estructuras mentales, por sus condiciones y características físicas, por sus circunstancias de vida y por el contexto en el que se mueve. Se enfrenta también a fronteras impuestas por el entorno, dadas por el texto que va a abordar, por la óptica del director frente a la temática planteada, por las condiciones con las que se cuenta para llevar a cabo la puesta y el montaje. La destreza del artista radica entonces, en la posibilidad de transformar esos límites en opciones creativas y de expresión de manera que pueda explotar dichas restricciones en beneficio de si mismo y su arte. El proceso artístico nos impulsa a ir más allá de lo preestablecido, sobre todo de aquello que cada quien ha establecido para si, aquellas “verdades” que nos definen y que si no las cuestionamos, revisamos y transformamos pueden convertirse en obstáculos que nos impiden ver un horizonte más amplio
Conciencia de identidad.
Como un cirujano, que conoce y maneja a la perfección los elementos que ha de utilizar en una sala de operación, así mismo el artista debe conocerse y manejar sus fortalezas, potencialidades y límites. Esto se traduce en una permanente búsqueda en sí mismo, en la capacidad de auto-regularse y el desarrollo de la creatividad como una actitud cotidiana y constante. Con estos elementos es que podemos nutrir, que podemos colaborar en el ámbito pedagógico y del aprendizaje.
El otro y yo.
El arte nos enseña que somos seres sociales, en tanto que estamos en constante relación con el otro, que nos construimos con el otro y a través de su visión, nuestro ser. A menudo nos enteramos que quien está en escena es un rey, no tanto por la construcción del rey en sí, sino de cómo se relacionan con él las otras personas que entran a escena. Nos ayuda a reconocer que no se es solo, ni nada solo “se tiene”, que nuestra experiencia y creación está sostenida y fortalecida por los otros. Nos enseña además, la vinculación e interacción de los procesos personales y colectivos y el nivel de responsabilidad y compromiso que tenemos con el otro/otra y el entorno. El proceso artístico, es el caldo de cultivo donde el desarrollo de lenguajes (no sólo verbales), expectativas y hábitos permite la vivencia de conceptos como el respeto, el trabajo en equipo, la integración, a partir de poder aprovechar las diferencias y las potencialidades de manera creativa.
No hay respuesta correcta, sólo múltiples opciones y elecciones.
Muchas maneras de ser, hacer y pensar enriquecen el proceso artístico. En la creación no existe el hacerlo bien o mal, no hay normas rígidas que establezcan lo correcto o incorrecto, el artista se consolida en la búsqueda de una expresión franca y abierta, su percepción propia del mundo y del otro.
Es por ello, que el arte forma en la investigación creativa de la realidad y en la capacidad de bucear en si mismo con la intención de buscar sus propias maneras de hacer las cosas.
Aprender a observar el detalle.
En lo pequeño está lo grande, en las cosas simples y cotidianas podemos ver las extraordinarias y complejas.
Diferencias, que pueden parecer pequeñas a simple vista, pueden determinar el desarrollo e incluso el resultado de una obra artística. Podríamos decir, que los pequeños detalles producen grandes efectos. La capacidad de valorar e identificar el detalle como parte fundamental de un todo que determina y concreta la creación, es uno de los grandes saldos pedagógicos que transmite el teatro a nivel pedagógico
La mirada del detalle es la que nos permite percibir en toda su dimensión el todo, ya sea de una creación, una relación o una situación. Y es allí donde encontramos además la esencia de la expresión personal. Es en el detalle donde se plasma y manifiesta la identidad de cada quien.
Tomar decisiones.
El artista se enfrenta sin parámetros establecidos a su creación, a las decisiones de cuándo se encontró aquello que se buscaba, de cuándo está terminada una obra, cuándo mantenerse firme a la idea original y cuándo variar según los hallazgos del proceso creativo, etc. Es en esta medida donde es importante desarrollar un criterio personal que permita llevar a cabo las elecciones necesarias para poder transmitir lo que se quiere y contarlo de la manera mas clara posible
El arte es una constante toma de decisiones, de apuestas personales que nutren y enriquecen el proceso creativo. En ausencia de reglas pre-establecidas es importante el desarrollo de ese criterio personal que nos permita decidir y elegir los diferentes caminos y opciones que se nos presentan, así como, en caso de ser necesario, sustentarlas hacia el exterior.
Cambiar el rumbo durante el camino.
El proceso artístico nos muestra que una meta, una opción, pueden variar durante el proceso, sin que ello signifique que hemos fracasado, o perdido el tiempo. Todo lo contrario, estos cambios, la mayoría de veces, dan cuenta de los aprendizajes y cómo los hemos integrado y apropiado.
En el arte, el proceso tiene un valor equivalente al resultado, en ocasiones es incluso más importante, ya que es en esa búsqueda donde se hace posible y se perfila el producto, es en esa búsqueda además donde el artista se descubre. Aprender a transitar el proceso nos permite estar en contacto con el momento presente, y así accionar desde un lugar real y no desde el cúmulo de experiencias previas y las expectativas futuras, se puede valorar y ver al otro/a y la situación en toda su dimensión para detectar qué posibilidades reales ofrece, qué caminos y alternativas existen.
La imaginación como acto creador.
La imaginación desarrolla el mundo afectivo y creativo. Imaginación no son sueños inconexos y arbitrarios, la imaginación es la posibilidad de visualizar y predecir integralmente (emoción, sentidos y pensamientos) la concreción de los planes y metas personales.
La imaginación, es en definitiva uno de nuestros recursos más preciados, ya que permite adentrarse en la búsqueda constante, en la investigación permanente de nuevas formas, expresiones, elementos, conceptos. Y mantiene viva, además la capacidad de asombro y pregunta.
Desarrollo del potencial creativo.
Entendido éste como la posibilidad de generar alternativas novedosas en situaciones cotidianas. Innovar y producir cambios. Abordar elementos nuevos usándolos como trampolín para el crecimiento y el aprendizaje. Lo que incluye el desarrollo de “otros” pensamientos como el lateral y el emocional, aprender a generar nuevas ideas y caminos posibles, recuperar nuestra capacidad de asombro, la curiosidad como fuente de conocimiento y exploración del mundo para el mejoramiento de nuestras capacidades profesionales y laborales.
El hecho artístico forma también en la flexibilidad emocional y mental, lo que permite abordar una misma situación desde diferentes ángulos e incluso probar lo desconocido, lo diferente y “opuesto a mi”, en aras de descubrir y construir nuevos caminos.
Escucha integral.
En el teatro no podemos dar por sentada ni siquiera una coma, ante cada palabra, cada signo, debemos preguntarnos por qué esta ahí y qué nos quiere decir el texto de la situación en general y del personaje en particular.
Sin embargo, en la vida solemos dar por sentadas las conversaciones. De acuerdo al contexto, las circunstancias previas, la relación que tenemos con el otro y lo que sabemos de antemano de una situación construimos mentalmente la conversación y la damos por escuchada, antes incluso de que suceda. Lo mismo nos sucede con las situaciones. Así nos enfrascamos en escenas repetitivas que nos impiden generar nuevas respuestas. Sin embargo la única forma de mantenerse vivo en escena, de hacer de cada repetición y concreción artística un momento único e irrepetible es a través de la escucha cabal de uno mismo, del otro/a y de la situación concreta.
Desarrollo ético.
La permanente pregunta sobre la identidad y la evaluación de sí mismo. El compromiso por aquello que se transmite y se expresa en las creaciones artísticas. El respeto y el encuentro con el otro como parte fundamental del desarrollo pleno de los equipos de aprendizaje. La capacidad de asombro que permite descubrir en sí mismo, en el otro y en el entorno un mundo de posibilidades y potencialidades. El respeto por la diversidad, la identidad y la expresión del otro, así, como la búsqueda por transformarse y transformar al mundo de manera creativa y honesta son aprendizajes profundos que van formando el universo ético de aquel que los apropia.
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