miércoles, 19 de mayo de 2021

SOMOS CURIOSOS. EL PASADIZO DEL PANECILLO

 


Acurrucada en el Madrid de los Austrias existe una diminuta callejuela que merece un par de reflexiones. 

Hay que estar atento, si andas despistado es probable que pases junto a ella sin percatarte de su presencia. 

Actualmente permanece cerrada al público pero años atrás fue un lugar muy concurrido, quizas demasiado.


Encajonada entre la Basílica de San Miguel y el Palacio Arzobispal esta angulosa vía mantiene intacto el sabor y la imagen de siglos atrás. 

Ahora sus dos extremos están custodiados por unas verjas de forja. 

Al parecer, su sinuoso trazado era el escondite perfecto para ladronzuelos y gentes de dudosas intenciones. 

Su poca iluminación y sus recovecos dieron más de un disgusto, por ese motivo decidieron cerrarlo a comienzos del Siglo XIX.

De este coqueto rincón madrileño lo que más curiosidad puede despertarnos es su nombre. Aquí va su explicación. 

Luis Alfonso de Borbón y Farnesio, en el Siglo XVIII, a través de una de las ventanas del Palacio Arzobispal puso en marcha una peculiar costumbre, la de entregar un trozo de pan a los vagabundos que lo solicitasen, con la única condición de que antes hubiesen escuchado misa. 

Algo que queda perfectamente reflejado en la placa que da nombre a la calle.

Esta solidaria entrega pronto originó problemas ya que el número de indigentes que se agolpaba en el estrecho callejón fue rápidamente en aumento y los altercados no tardaron mucho en llegar por lo que, en 1829, se dejó de hacer este reparto. 

Sin embargo, esta curiosa anécdota hizo que para siempre, esta callejuela cambiase su nombre original, el de Pasadizo de San Justo, por el del Pasadizo del Panecillo.




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