La corrala es todo un símbolo madrileño. La más antigua la está situada en la calle Redondilla y actualmente es un centro educativo. Aunque hoy nos parece una construcción con encanto, lo cierto es que la vida en la corrala estaba llena de calamidades y sinsabores.
Madrid conserva todavía algunas de sus corralas, que han resistido el paso del tiempo con la ayuda de las labores de rehabilitación.
La más antigua de todas ellas es la casa del duque del Infantado, situada en el número 13 de la calle Redondilla, junto a la Plaza de la Paja, en el barrio de La Latina.
Esta corrala fue un encargo del duque al arquitecto Teodoro Ardemans, que la levantó en el año 1711.
Poco podían imaginar ambos que sobreviviría más de tres siglos y se convertiría en todo un símbolo de la arquitectura residencial madrileña de principios del siglo XVIII.
Para la clase trabajadora
La calle Redondilla es conocida por poseer ejemplos arquitectónicos de las conocidas como Casas a la Malicia. Se trataba de construcciones ingeniosas con las que los madrileños intentaban esquivar la Regalía de Aposento.
Sin embargo, el ejemplo más típico de la arquitectura madrileña se encuentra en la confluencia de la calle con la de los Mancebos.
Allí se levanta la corrala más antigua de Madrid, hecha de ladrillo. No es tan grande como otras presentes en la capital, como la de Tribulete, donde llegaron a vivir más de mil personas.
Allí se alojaron en el siglo XIX quienes, procedentes del campo, venían a Madrid en busca de trabajo y no tenían apenas dinero para pagar el alquiler.
La vida en la corrala
El día a día en la corrala no tenía nada de idílico. Las viviendas, a las que se accedía mediante galerías de madera, se organizaban en varias plantas y siempre en torno a un patio central.
No tenían más de 30 metros cuadrados y en ocasiones eran ocupadas por dos familias, que vivían juntas para compartir el alquiler. En la mayoría de los casos solo había espacio para extender colchones, que se recogían de día para hacer más habitable el espacio.
El cuarto de baño era común para todos los vecinos. Solía haber uno o dos por planta, y las familias se turnaban tanto a la hora de utilizarlo como de limpiarlo.
Estaba compuesto por un simple agujero en el suelo y un barreño de zinc. El olor era muy desagradable y se extendía sin remedio por todo el edificio.
Cuando querían asearse más en profundidad, los vecinos tenían que recurrir a las casas de baños municipales cercanas.
De ayer a hoy
La corrala mantiene la herencia de las villas romanas en torno a un patio, la arquitectura hispanoárabe y las construcciones populares castellanas y manchegas del Siglo de Oro En la época en la que se construyó la de la calle Redondilla, los límites de la vida privada y pública eran mucho más difusos que los de ahora.
Como las viviendas eran muy pequeñas los vecinos pasaban muchas horas en los espacios comunes. Los niños corrían sin miedo por los pasillos y las mujeres aprovechaban para lavar la ropa en el pilón comunitario.
Si dos familias habitaban una misma vivienda la única separación entre ambas era una pequeña cortina.
Hoy, la corrala pertenece al centro educativo que también ocupa el edificio contiguo. Lo que antes eran las viviendas hoy son aulas ocupadas por alumnos de Secundaria.Sin embargo, la construcción sigue conservando su encanto.
Se han conservado las puertas vecinales de madera, pintadas de marrón, y en sus muros se ha respetado el ladrillo, las ventanas y los balcones. Pasado y presente confluyen así en una construcción que, aunque rehabilitada, siendo conservando la esencia del Madrid más castizo.
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